Tiempo de sementera: Elogio de las pequeñas cosas.

Tiempo de sementera: Elogio de las pequeñas cosas.

Conozco una mujer que sabe del delicado arte de hace maletas, de meter la vida en un cubículo reducido. Se necesita muy poco para el tiempo que nos ha tocado vivir. Con un buen puñado de sentimientos y libros, muchos libros, vamos listos.

Charo, que así se llama esta mujer, siempre viajó repleta de palabras y ligera de equipaje como dijo el poeta. Charo , profesora errante por los institutos de Extremadura y Castilla: “Todo lo que tengo, lo llevo conmigo”.

Nos unieron su hija Fatema y el Vía Dalmacia. Fueron años de trabajo incansable para construir un instituto alegre, humano  y preocupado por el sentir de la Comunidad Educativa. Cómo no mencionar a Victoria, capitana del barco y a Tita, Leopoldo, Elvira, Chepe y tantos otros  que hicieron de aquel tiempo en que nos conocimos, el lugar amable para quedarse a vivir. En ocasiones, los paraísos existen.

El pasado viernes tuve la dicha de presentar con ella, a través de la Agrupación Socialista de Torrejoncillo, su precioso libro Tiempo de sementera.

Entrar en Tiempo de sementera es entrar en el tiempo de la calma, de lo cocinado a fuego lento en aquellas ollas de barro al calor de la lumbre.

 El acto de sembrar es un acto de amor. Es un acto de espera y esperanza, de confianza en la lluvia y los elementos para que la vida se renueve; para renacer, criaturas nuevas, en un mundo que, por desgracia, no parece tan nuevo. Nada más generosa que una mano abierta depositando simiente de amos sobre la tierra.

Tiempo de sementera está escrito desde las mismas entrañas. Es la danza de las estaciones que nos despoja de los vestidos viejos, ajados…para remudarnos con vestimentas nuevas, recién estrenadas.

Agazapadas entre líneas, encontramos las manos de nuestros abuelos, ordeno y mando de aquellos días azules. Y las de las abuelas, expertas en trenzas apretadas. Manos que dejan aroma de pan y paciencia.

Nos recuerdan Charo y los hermosos dibujos de Carmen, aquellos inviernos con las narices rojas y sabañones entre los dedos. Madre lavando en el río con las manos ateridas, pececillos de frío entre las raspas de jabón. Y al volver del río, la chimenea encendida y la tarde que se iba, remolcado el sol por la cuerda de los portugueses.

Habla Charo del barro que nos crea, de la labor pausada del artesano que estira el tiempo y lo detiene.

Nos lleva el traqueteo de sus palabras  a aquellos días despreocupados  de la infancia en medio de una sinfonía de máquinas de coser. Piernas acompasadas de las mujeres de nuestra vida, yendo y viniendo en el pedal. La casa era un vaivén de olas o una canción de cuna que nos dejaba a las puertas del sueño. El serial de la radio flotando en el aire. Padre que llegaba, azada al hombro, cantando aquellas coplas por Molina.

Nos vemos colegiales poniendo todo nuestro empeño en coser unas letras con otras, hojas y hojas de muestras por las que pasaba el lápiz tembloroso, la lengua apretada entre los labios. En el recreo, nos hacemos collares con flores de coral para sentirnos reinas por un rato, otras, las llevamos en un ramillete despelujado a aquella Virgen de las Manos Juntas.

Nos envía Charo a comprar a aquellos comercios de antaño, los “colmados” que buscamos con Leopoldo para mercar buen queso gallego,  en aquel viaje a Ferrol para recoger un premio de Buenas prácticas . Entonces lo ganábamos todo, decía Victoria. Lo ganábamos y lo trabajábamos.

Tiempo de sementera nos lleva a pasear por calles de pueblos y ciudades que alguna vez camináramos, por las que ahora caminan nuestros hijos, esos que tan a menudo se nos parecen más de la cuenta.

A través de estos textos, nos situamos en el momento mágico en que nos convertimos en lectores en los desvanes de las abuelas, con premeditación , alevosía y el corazón al galope.

Tiempo de sementera no quiere dejar de ser un canto reivindicativo sobre esa España rural. Esa España que se nos vacía poco a poco y a la que se desatiende continuamente. Esa España campesina de tardes de agua en tabernas y fraguas. Siempre fue la lluvia estación de reencuentro entre el pasado y lo que somos, entre el presente y lo que seremos. Mientras esperamos a que escampe, la lluvia es promesa de un tiempo nuevo.

Las columnas que componen Tiempo de sementera rezuman poesía, porque Charo es así, como el más dulce de los versos; pero se pone brava y reivindica una literatura que se arremangue y se comprometa con lo social, con las barbaridades de las que somos capaces unos humanos contra otros: “…me duele el frío de los gorriones de mi patio, de los vagabundos de mi barrio, de las gentes de la guerra”.

Todo esto y otros sentires que me guardo para mí es Tiempo de sementera, que os invito a habitar y hacerlo vuestro. Quienes habéis leído alguna vez a Charo, sabéis que es una delicia leerla. Yo, aprendiz eterna de escritora, solo aspiro a escribir algo con la sensibilidad que encierran estas palabras en las que quedarse a vivir por siempre al seguro refugio de las pequeñas cosas:

“En el patio de mi casa, recién regado, hay una mesa donde tender el verano”.

Mª José Vergel Vega. 

Sección: Aquellas pequeñas cosas

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