MAESTROS DE ANTAÑO I

Desde que el mundo es mundo y la gente se dio cuenta de que lo mejor para todos era vivir de forma civilizada, la educación ha sido considerada como un aspecto fundamental que había que observar en nuestras vidas. Por eso, las mamás, papás y tutores legales nos enviaban al colegio, convencidos de que era lo mejor para nosotros, y aún hoy lo seguimos haciendo.

Como sabéis que soy una curiosa de los datos históricos, en los próximos artículos voy a intentar reflejar a lo largo de unos cuantos años, el modo de vida, el pensamiento, los contratos, el sueldo, los horarios, las ratios, etc,etc; en definitiva, que lo que trato de deciros es que me voy a ocupar de plasmar retazos de la vida de los maestros y maestras que en el mundo precedieron a los actuales, y que trabajaron aquí en nuestro pueblo.

Comenzaré más o menos a mediados del siglo XIX, no dispongo de datos anteriores, pues como sabéis el Archivo Municipal de Torrejoncillo se quemó allá por los años en que los franceses decidieron ponerse el mundo por montera y darnos a todos con sus bayonetas.

El primer año en el que encontramos noticias del tema que nos ocupa es 1844, año en el que la educación se ceñía al estricto Plan y Reglamento General de Escuelas de 1825, mandado cumplir por su absoluta y graciosa Majestad, Don Fernando VII. En Acta de Pleno de once de Noviembre de citado año, se habla de habilitar como locales de Escuelas, una casa que fue Panera del Cabildo de Coria y otra en San Albín. Se hacía hincapié, por aquella época, en que los maestros y maestras enseñaran sobre todo con el ejemplo, más que nada dirigían el ruego al bueno de Don Alonso, pues al parecer este señor maestro vivía con su anciana madre y según el vecindario, la maltrataba de palabra y de obra, y tamaño espectáculo era presenciado por los niños. Los señores del ayuntamiento y de la Junta de Escuelas se preguntaban cómo podía permitir la superioridad que el tal Don Alonso siguiera regentando una escuela de Niños.

La cuestión del material siempre ha sido una cuestión muy traída y muy llevada, hoy se quejan muchos de lo caro que resulta educar a los hijos; también son caros los móviles, las consolas, los caprichitos, etc, y no nos quejamos tanto; pero ésta no es la cuestión ahora. En pleno siglo XIX los locales destinados a escuelas solían entregarse al maestro o maestra, totalmente pelados, es decir, con las mesas y sillas necesarias para acomodar a los educandos, y a veces ni eso. En otra acta de treinta de Noviembre de 1844, se da cuenta de que la Comisión provincial de Instrucción Primaria de Cáceres concede permiso para enajenar y subastar media casa-fragua sita en San Antonio, y destinar su importe a la dotación de menaje para las escuelas. Y con fecha veintidós de Diciembre del mismo año, se envía comunicación de la Comisión Local de Instrucción Pública de Torrejoncillo, dirigida al Excelentísimo e Ilustrísimo Señor Arzobispo y Obispo de Coria, solicitando lo siguiente:

“…Que deseando llevar cumplidamente el deber que la Ley le impone y dar impulso a la Educación Religiosa y Política de la multitud de niños de que se compone esta población, que se halla en la mayor parte abandonada, ya unos por la miseria de sus padres, ya otros por la incuria y la negligencia…establecer dos Escuelas Públicas, que dotadas de los fondos públicos, enseñen gratuitamente los principios de nuestra sacrosanta religión…

Sigue hablando la carta de que para impartir las clases es necesario disponer de locales aptos para tal fin, y piden al Obispo “…si tiene a bien concederles la Ermita de San Albín, sita casi en el Centro del pueblo y que ya en varias épocas estuvo destinada para este objeto…”


Cuatro días más tarde, eso es rapidez para la época, contestó el Señor Obispo de Coria, accediendo amablemente a lo solicitado, por lo que los niños y niñas estuvieron fresquitos mientras recibían sus lecciones en los meses en que apretaba el calor.

Años más tarde, concretamente en 1857 se promulga la Ley Moyano, que pretendía ordenar la enseñanza, aunque si por algo merece ser recordada es porque se mantuvo en vigor más de cien años . No fue, ni por asomo, una Ley innovadora, sino una norma que venía a consagrar un sistema educativo cuyas bases fundamentales se encontraban ya en planes educativos anteriores, de corte conservador. La Instrucción Primaria constaba de dos fases: la Elemental y la Superior. La enseñanza era gratuita, aunque sólo para los padres que no pudieran pagarla, los más pudientes pagaban según sus ingresos. Esta Ley reconocía el derecho de la Iglesia Católica a vigilar la pureza ideológica de los estudios, lo que suponía la legitimación del intervencionismo eclesiástico, por eso se miraban y remiraban los expedientes de buena conducta moral y cristiana de los maestros, pero sobre todo de las maestras. Por ello en cada municipio se formaron las Juntas de Escuelas o de Instrucción Primaria que se nombraban por dos años, estando compuestas por el Alcalde, el Cura-Párroco, dos regidores y dos padres de familia (en masculino, por supuesto, a las madres aún les quedaba mucho para participar activamente en la educación de sus hijos).

A final de curso solían celebrarse con toda pompa y boato, exámenes a los que asistían las autoridades, en los que los niños y niñas daban cuenta de lo que habían aprendido durante el curso. Así, en el Acta de examen, con fecha 26 de Junio de 1857 de la Escuela Superior de Niños de D. Juan María Eguren, situada en la Ermita de San Antonio, los 45 niños de la misma se examinaron de Religión, Moral e Historia Sagrada, después pasaron a la lectura en prosa, en verso y en manuscrito; más tarde tocó el turno a la Aritmética, Gramática Castellana, Geografía, Geometría, Historia de España, Agricultura y Escritura. Al parecer, los niños no se pusieron nerviosos y contestaron correctamente a cuantas preguntas les iba haciendo su maestro, por lo que las Autoridades allí congregadas les concedieron de mil amores vacaciones hasta el viernes tres de Julio. La Elemental de Niños de Don Vicente Llanos, con nada menos que 93 niños, divididos en tres secciones, tuvo también excelentes resultados, al igual que la Elemental de Niñas regentada por Doña Francisca Sánchez Granjo, por lo que fueron ambas merecedoras de un descanso hasta la fecha citada.

A la vista de los magníficos resultados obtenidos por casi todas las Escuelas, la Junta requirió la presencia del Inspector de Primera Enseñanza, Don Rafael Sánchez Cumplido, y el 24 de Octubre de 1857 le hizo las siguientes peticiones:

Que se arreglen los locales de escuelas y se les provea de lo necesario.
Que se premie al profesor público Don Juan María Eguren y que se castigue la reprensible conducta del profesor privado Don Alonso Martín Franco
Que se visiten mensualmente las escuelas…y se cuide de que en la privada de niños, se adopten libros aprobados por el Gobierno y que no concurran niñas como sucede en la actualidad…

Seguro que más de una vez habréis oído decir a vuestros mayores lo mucho que aprendían en la escuela y sólo con una enciclopedia, una pizarra y un pizarrín, quien los tenía. Según voy rastreando estos datos me doy cuenta de cuanta razón tenían, los maestros y maestras de esas épocas se merecen monumentos en todos los pueblos de España, lo suyo sí que era vocación, bueno vocación y ansias de matar el hambre pues ya lo decía un dicho muy difundido en la época y que hemos escuchado muchas veces, me refiero a aquel de “ Pasas más hambre que un maestro de escuela”. Lo dicho, que eso era vocación en unos tiempos en que los maestros eran una de las clases menos valoradas de la sociedad; un autor de la época decía que al maestro lo podía cualquiera, incluso un sacristán.

Nos quejamos ahora de que tenemos muchos niños por aula; yo , la verdad, no me imagino teniendo que lidiar con 80 o 90 niños, incluso más, en locales insalubres que hacían las veces de aula, por un sueldo miserable, comulgando con las ideas políticas de turno, pidiendo permiso a la autoridad para ausentarme del pueblo, no pudiendo maquillarme si me venía en gana o tenía el día de bajón, teniendo que tener a mano siempre, limpio e impoluto mi expediente de buena conducta y cristiana cumplidora, y encima teniendo que dejar cada tarde la clase como los chorros del oro para evitar que los niños cayeran malos en masa.

Al espíritu de nuestros maestros de antaño, que pulula entre las líneas de este escrito, pongo por testigo, que no volveré a quejarme jamás, así se multipliquen por cuatro los niños de mi Cuentacuentos.

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