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OBJETO DE DESEO, MÁS DE MEDIO SIGLO ENTRE NOSOTROS

En el año 1957 (parece que fue ayer),y bajo licencia Fiat, comenzó a fabricarse en España un curioso objeto de deseo, de progreso, modernidad, independencia, libertad…y así podíamos seguir poniendo todos los calificativos que quisiésemos, para decir cómo era el Seat 600 que tuvieron nuestros padres, y digo lo de objeto de deseo, porque realmente levantaba pasiones, se convirtió en la estrella de los años venideros(los primeros 60), cuando se vieron rodando los primeros por las carreteras, y seguramente el nodo dio la noticia en los cines de las capitales, de la salida del primer vehículo de la fábrica que tenía Seat en el puerto franco de Barcelona. A partir de estos momentos se puede decir que España se moderniza, se motoriza, entra sobre cuatro ruedas en la era del progreso, y las familias empiezan a comprender el significado de lo que es pagar una letra a fin de mes (la del 600), pues en estos años cuando teníamos que pagar un aparato de radio, una vajilla… en varias veces, no lo hacíamos firmando letras con un banco, sino con un pacto entre caballeros, es decir, la buena fe entre el comprador y el vendedor. Pero ya que hemos hablado de letra de cambio a final de mes para pagar el 600, (algo que en nuestros días es tan normal como tomarse un vino) ¿Cuál era el precio de estos pequeños objetos de deseo?, ¿Cuál era la famosa letra que teníamos que abonar a finales de mes, para poder disfrutar de un flamante 600?… Estos primeros modelos costaban, en el momento de su salida de fábrica, 71.400 ptas. Su motor cubicaba 633 c.c. y rendía una potencia máxima de 21,5 cv, con ello alcanzaba los 95 km/h de velocidad máxima, aunque, a partir de 1961 esta aumentó hasta los 105 km/h. (toda una maravilla mecánica de la modernidad) El primer ejemplar fue entregado en mayo de 1957 a un hijo del general Muñoz Grandes. Pero no nos disipemos y volvamos a la economía familiar, casi 72000 pesetas, que en aquellos años eran muchas pesetas; pero que muchas pesetas… (unos 435 € de los de ahora), había que hacer muchos números y ver de dónde se sacaba o quitaba, para poder comprar este objeto de deseo. Lápiz en mano, cuartilla de papel, y un montón de ilusiones sobre la mesa, con los dos ojos puestos en los ingresos mensuales, otros dos en los gastos de la casa, los niños, el alquiler de la vivienda; pero… es que además hay que comer (decía mi madre), vestir y los imprevistos… luego además hay que echarle gasolina para que ande…(decía mi padre), al final la misma frase de siempre “es que si lo pagamos en cuatro años, todos los meses tememos que pagar unas 1600 pesetas, (9,60€) e inexorablemente la frase que a mi padre no le gustaba pronunciar, nuevamente salía de su boca…”¡AY QUÉ COÑO…LOS DUROS NO LLEGAN Y OTRO MES QUE NO NOS DECIDIMOS, MARCHO A LA CAMA; MAÑANA SERÁ OTRO DÍA”, y como es de comprender los pocos o muchos números se seguían rumiando en compleja reflexión con la almohada.
Con el paso del tiempo, y unos más que notables movimientos y golpes de ingeniería económica… (vaya si era ingeniería económica la que hacia mí madre… y lo demás son tonterías), se lograron entre unas cosas y otras, arrimando unos ahorrillos, reunir la cantidad necesaria para dar la entrada…, la decisión más importante y trascendente de los últimos años estaba tomada, íbamos a ser propietarios de un Seat 600, no podíamos ni imaginarnos cuanto cambiaria esto la vida de nuestra familia.
Que si cambiaron las cosas; ¡vaya si cambiaron las cosas…! y de qué manera. El día que llego mi padre a casa diciendo que lo habían llamado a la oficina, y que por la tarde teníamos que ir al taller, que ya nos tenían preparado el coche, creo que nadie comió con sosiego, yo tire el vaso con el agua no sé cuantas veces, la pequeña de la casa a lo suyo, que por aquellos años era llorar; cada cinco minutos mirábamos el reloj; mi padre: “coño que despacio marcha el reloj”, mi madre: “bueno terminemos de comer que después de fregar la loza saldremos a dar un paseo a ver si se nos pasa el susto”; a ver si se nos pasaba el susto, porque era un susto, y de los grandes. Las seis de la tarde era la hora, a todos nos temblaban las piernas, manos, las curcusillas… y no sé cuantas cosa más, después de firmar mi padre no se qué papeles (supongo serian las letras, o el conforme de compra, o la factura), un señor muy amable nos dijo: “AQUÍ TIENEN USTEDES SU NUEVO COCHE”… seguro que podéis imaginar las caritas, el no poder articular palabra, unos ojos redondos como platos , y el tintineo de las llaves, en las manos de mi padre, que el señor amable le había dado.
Cuando el señor amable le abrió la puerta a mi madre para que se sentase, parecía como si las puertas del paraíso se abriesen, mi padre abatió el asiento suyo, y los peques de la casa saltamos a la parte trasera, ¡queee bueno…sentados en nuestro propio Seat 600, el mundo se veía diferente por las dos ventanillas traseras! (que por cierto, no se abrían ni una mísera rendija), pero lo mejor estaba por llegar, metió mi padre la llave, le dio media vuelta, toco no sé donde, y… jo, como sonaba el motor, parecía capaz de llegar al fin del Mundo, o incluso más lejos. Y vaya si eran capaces de llegar al fin del Mundo, eso sí despacio…, pero al fin del Mundo.
A todas estas vivencias, que creo más de un lector seguro que tiene, hay que sumarle un punto importante, muy importante, y volvemos nuevamente a cómo cambió nuestras vidas, nuestra forma de ser.
Los domingos en verano, ir a bañarnos al río nos parecía lo mejor del mundo, el primer viaje largo; ir a Madrid… conocer esa gran ciudad, ver los edificios tan altos, “caray” qué calles tan anchas, cuánta gente, y pasó lo que tenía que pasar, se nos abrieron los ojos a una nueva dimensión que los españolitos de a pie, de aquellos años nos parecía imposible; como es de suponer también nos perdimos por el gran entramado de calles que tenía Madrid. (Nada parecido al de hoy en día) Pero no me gustaría terminar estas pocas líneas, sin recordar que gracias a este pequeño coche, que ya ha cumplido más de cincuenta años, descubrimos las vacaciones, el veraneo, la playa, el agua salada, la espalda quemada por el sol, la frase ya famosa de “papa cuanto falta”, seguro que todas esas pequeñas cosas se retienen en la memoria, y que hoy las vemos, como si hubiesen sucedido ayer. Incluso recordar el atrevimiento de los más valientes, matrimonios jóvenes, que no podían adquirir coches mayores, y que con estos cochecitos se marcaron viajes de miles de kilómetros, y me viene a la cabeza, un matrimonio amigo de mis padres que fueron de viaje de novios desde Madrid a Paris, metidos en un pelotilla, (que así era como se los llamaba cariñosamente) incluso durmiendo alguna que otra noche dentro del 600, por aquello de cómo eran los viajes en la época.
Nos puede parecer mentira, pero aún en nuestros días hay todavía rodando, muchas de estas pequeñas maravillas de la mecánica, que se resisten a desaparecer de las carreteras, que muchos románticos conservan como oro en paño fino, porque los sentimientos pueden más que los años, y porque seguro les marcaron como me marcaron a mí. Cuando veo circular alguno de estos pequeños coches en concentraciones de clubes de amigos del “600”, o algún caprichoso que lo conservan, porque era el coche de sus padres, o sencillamente porque le gusta y tiene capricho de coleccionista, (no olvidemos que ya es un clásico) me comienzan a venir todos estas pequeñas cosas que ahora intento reflejar en un papel, sin olvidar que fue tal la popularidad de estos cochecitos, que hasta corrieron campeonatos de automovilismo en el mítico circuito madrileño del Jarama…, esos 600 sí que corrían; más que el de mi padre, y qué cantidad de faros, pegatinas, ruedas anchas, todo un espectáculo para la época, ver a esos 600 tan modificados, tan veloces, eso no era “Tuning” eso era lo que había, y había que hacerlo correr, pero eso ya es otra historia.

DEDICADO AL SEAT 600. EL COHE QUE MOVIÓ UNA ÉPOCA DE NUESTRA VIDA.

R. M. Media

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