IMPRESIONES DE UN VIAJERO
Como decía, corría el año 1984; y casualidades de la vida, me llevan a conocer a personas de Torrejoncillo, que con la ventura del paso de los años, se han convertido en amigos, compañeros de vinos, cháchara y coincidencias en centros sociales y culturales donde se arregla el mundo degustando las libaciones preferidas del dios Baco, pero lo tal vez más interesante de este viaje, fue la ligazón que con este pueblo encontré y que después de más de veinte años, creo mantendré hasta el final de mis días.
Un día tres de diciembre, en una de esas conversaciones perdidas, salió a relucir el tema, y los pocos kilómetros que había desde Cáceres (eternos por la antigua carretera), y de la tremenda explosión de manifestaciones en forma de “vivas y ensordecedor ruido de escopetas”, por las calles del pueblo se daban.
Empecé a plantearme la posibilidad de acercarme el día siete de Diciembre a ver con mis propios ojos lo que me estaban contando, reconozco que con un poco de pereza por la hora, y algo de desgana después de una jornada laboral; pero la curiosidad insistente de viajero pudo más. Y dicho y hecho, llegado el día y la hora, lleno el depósito de gasolina, motor en marcha y, carretera y manta.
Muchas fueron las cosas que se pasaban por mi cabeza mientras mi coche marchaba por la carretera, solitaria, con una niebla espesa, acelerando mi pensamiento, imaginándome que sería eso de la “ENCAMISÁ”, los vivas, el ruido de las escopetas disparando salvas, los caballos, los jinetes cubiertos por las sábanas blancas, la leyenda de la batalla… Muchas fueron las cosas que empezaban a marcar una noche, que jamás pensé quedaría marcada en mí tan fuerte.
Después de dudar si la ruta que llevaba (la dichosa niebla) era buena, al fin vi el letrero con el nombre del pueblo “Torrejoncillo”, comencé a adentrarme por una de sus calles, hasta acercarme lo más que pude al centro urbano, aparcando mi coche y prosiguiendo la marcha a pie. La verdad es que no hacía falta preguntar, el ir y venir de las gentes, te marcaba el camino, había algo en el aire que casi marcaba la pauta. Serían sobre las nueve y madia de la noche más ó menos, la gente apretaba el paso encogida por el tremendo frío que hacía, llegando hasta mí una frase dicha por un paisano, que discurría con prisa en un grupo de gente: “HACE UNA NOCHE DE ENCAMISÁ”. ¿Qué sería eso de hace una noche de Encamisa, a qué parte de la fiesta se referiría? No sé si el azar, la casualidad, el destino…o porque tenía que ser así, terminé colocado en una de las bocacalles que dan a la plaza, pudiéndome subir en unos andamios, que me permitían tener una perspectiva más o menos completa de la plaza. Eran casi las diez y la plaza estaba repleta, no cabía nadie más, se escuchaban salvas de escopeta por todos los lados, y el olor a pólvora era tan fuerte, tan intenso, que casi se podía cortar, en esos momentos mi cabeza marchaba a una velocidad, y mi corazón a otra, mezcla de curiosidad y miedo, pues siempre había escuchado que “las armas las carga el diablo”, y muchas eran las que había en esa plaza. A los pocos instantes, aparece por otra bocacalle una comitiva de caballos, con sus jinetes, cubiertos por sábanas blancas, portando unos farolillos ensartados en palos, que con paso lento, entre la gente, y aún mayor ruido de salvas de las escopetas; se acercan a la puerta de la iglesia, se paran, como si estuviesen esperando algo, o a alguien, no podía imaginarme lo que mis ojos presenciarían en los minutos venideros. Mi relativa buena perspectiva , y esa poca elevación que tenía gracias a los andamios, me permitían ver la puerta de la iglesia, entre una niebla de humo, miré el reloj por ver la hora y sumar un dato más a todos los recogidos hasta el momento, son las diez….De repente se abrió la puerta, y mis cinco sentidos se dispararon, y los de todas las personas que llenaban la plaza también, ¿qué había sucedido, qué me estaba perdiendo?, el ruido en ese momento era ensordecedor, veía cómo todas las personas se excitaban, se producía una mezcla que jamás había visto, todo un pueblo vitoreando un estandarte de la Virgen Inmaculada, y un tremendo ruido, atronador, ensordecedor de numerosísimas escopetas, miré a mi alrededor intentando comprender, la situación en la que estaba metido, reconozco que con cierto miedo, lógico por mi desconocimiento, y por encontrarme cautivo dentro de una tremenda masa de gente, sin posibilidades de moverme, sin poder salir. De repente sonó un disparo de escopeta tan cerca de mí, con tanta fuerza, que por unos instantes mis oídos comenzaron a pitar, deje de escuchar ese tremendo ruido que había en la plaza, tenía dentro mi cabeza un falso sonido de lejanía de las cosas, pero al mirar a mi alrededor, el sonido volvió nítido otra vez a mis oídos, vi una imagen que me sobrecogió, y desde ese año la tengo grabada en mi retina, clara, nítida, tan fresca como cuando la vi…una torrejoncillana, que con los ojos llenos de lágrimas, con toda la fuerza que en ese momento podía sacar de su interior, lanzaba los “vivas” más sonoros y hermosos que jamás escuché, cristalinos, limpios…profundos; arrancados del corazón.
Cuando la comitiva de caballos comenzó a discurrir, y paulatinamente se fue dispersando la gente, pude salir, y dirigirme medio perdido, algo aturdido confieso, por las calles, a buscar el coche para iniciar el regreso, miraba las caras de las personas que me encontraba, con las que me cruzaba; parecían llevar un resplandor especial en la mirada, no tenía muy claro si de alegría, pena….o de respeto, es muy difícil tratar de sacar algo en claro cuando se está en caliente, y el poso del tiempo no ha hecho su fermento, sinceramente pensé mañana será otro día.
De vuelta por la carretera, escuchando la radio en el coche, algo de sueño, y la misma niebla que me acompañó en la venida, comenzaron a repetirse muchas de las imágenes que no hacía demasiado tiempo había vivido, intentaba comprenderlas, tratar de sacar alguna conclusión, imaginar un porqué, parecía que el poso del tiempo y la placidez de conducir solo por la carretera de noche, me despejaría, pero no fue así, había algo dentro de mi que no dejaba de darme vueltas una y otra vez. y de forma insistente, se repetía en mi cabeza, tan clara como cuando la vi, la imagen de esa torrejoncillana, que con sus ojos llenos de lágrimas y voz firme gritaba:
“VIVA MARIA SANTÍSIMA”
Dedicado a una torrejoncillana.
R. M. Media.