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LA LEY DEL DESCANSO DOMINICAL

Hasta Dios, que todo lo puede y dicen que nunca desfallece, fatigado que debía estar de tanto crear y crear, colgó los trastos el domingo y descansó.

Y si hasta los dioses descansan, también los pobrecitos obreros tendrían derecho, digo yo, a darse un día de solaz; por eso, el Congreso de España en tiempos del Gobierno conservador de D. Francisco Silvela, cuando Alfonso XIII reforzaba los pilares de la monarquía de los borbones en España, aprobó la “Ley del Descanso Dominical”, el 3 de Marzo de 1904.

¿Pero creen ustedes que el proletariado se puso a dar saltos de alegría? Pues se equivocan. Hombre, estaba bien aquello de no ir a la fabrica los domingos, pero es que la ley alcanzaba a todo tipo de establecimientos_ menos al eclesiástico, que los domingos tienen un ajetreo tremendo_. Total, que a los obreros les fastidiaban el día de descanso, pues cuando menos miraban les cerraban la taberna…¡ y a casa, que se descansa más barato!

La Ley se estiró en el tiempo y llegó hasta la Dictadura franquista, periodo en el que se aplicó con todo lujo de detalles, y pobre de aquel que fuera sorprendido trabajando en domingo o fiesta de guardar, porque daba con sus huesos en el calabozo y se gastaba en multas el exiguo sueldo de la semana. Y conste que esto no es ninguna tontería, sé de buena tinta que a más de uno lo pillaron en la era en actitud laboriosa y ¡vaya si pagó por ello!

_ ¡Que digo yo, que qué sabrás tú de leyes ni de descansos dominicales, y no empieces a dar datos que te conozco, que cuando te pones histórica no hay quien te aguante! ¡Y a ver si revisas bien tus apuntes, bonita, porque que yo sepa, aún hoy en día se descansa los domingos, mejor dicho, desde el viernes al mediodía!

_ Desde luego es que no puede una cometer la más mínima falta, es verdad que hoy, en los tiempos en los que vivimos, se descansa el fin de semana, pero quien quiere y quien puede, bonita, a nadie lo obligan y en otras épocas sí.

_ ¿Se puede saber quién eres tú y de dónde sales? Esta, por si no lo sabías, es una sección histórica y como tal, en ella se habla de hechos históricos, y por supuesto, se avala todo con datos históricos.

_ Tranquila, Pepa, no te pongas así, que yo no estoy poniendo en duda que seas una profesional y que te lo curres. Pero, vamos a ver, ¿en esta sección no tenía cabida también la intrahistoria?

_ Pues sí, pero me estas liando, aún no me has dicho cómo te llamas y qué es lo que pretendes, presentándote así, tan de sopetón…

_ ¡Está bien, tienes toda la razón del mundo! Me llamo Julita y lo que pretendo es contarte a ti y a tus lectores, si tienes alguno, claro, una historia mía propia para reivindicar los domingos; porque no me negarás tú que los domingos de ahora no son como los de antes.

Perdonen ustedes a la intrusa ésta, pero yo creo que lo mejor va a ser que la dejemos largar su rollo y después ya veremos a ver que hacemos.

AQUELLOS DOMINGOS DE LA INFANCIA, POR JULITA RODRIGUEZ

“Y Gerardo,
Ya sabéis que Gerardo quería llegar a ser como
un domingo cuando fuera mayor”
(Luis Rosales, La casa encendida)

Los domingos de mi infancia sabían a galletas María y a juegos al caer la tarde por el Paseo Alto, bajo la atenta mirada de la abuela.

Me gustaban los domingos, la ropa nueva, el pelo recién peinado y aquella agua de colonia henodepravia que salpicaba la abuela y que tantas cosquillas me hacía en el cuello.

Los domingos estaban hechos para levantarse un poquito más tarde que de costumbre, darse un buen baño en el barreño de zinc, enjabonada de arriba abajo con aquel jabón que tan bien olía a hierba. Los domingos se hicieron para desayunar churros o bollos suizos con aquel colacao tan ideal que preparaba la abuela. Se hicieron para remudarse por dentro y por fuera, para peinarse a conciencia y, a conciencia también, limpiarse las orejas: “¡Una señorita tiene que ir siempre como los chorros del oro, ni una pizquita de roña!”_ decía la abuela.

Y los domingos, en el calendario de la abuela, eran días de misa obligatoria: “¡Julita, hija, vamos a ver si hoy no te duermes, que la Iglesia no está hecha para dormir, sino para escuchar atentamente la palabra de Dios!”_ me amonestaba dulcemente la abuela.

Les juro que yo ponía todo mi empeño en no dormirme, pero todos los domingos me dormía. Y es que, ciertamente, los domingos fueron hechos también para que los niños se durmieran en la Iglesia.

_”¡Esta niña, ay señor, no sé qué será de esta niña!”_ se quejaba al cura la abuela Julia. Y Don Sixto, que era la más bonachona de las cohortes de Dios en este mundo, daba unas palmaditas de resignación a la abuela en la espalda y a mí, sin que ella se enterara, me guiñaba el ojo y me sacaba un caramelo de la oreja. Y todo, por dormirme en misa.

Pero, sin duda, lo mejor de aquellos domingos de la infancia eran las tardes. A eso de las cinco, perdón, a las cinco en punto,_ mi abuela para esto de las visitas guardaba una puntualidad muy taurina_, salíamos las dos de punta en blanco, perdón, vuelvo a rectificar: debo decir que la abuela, para no faltar a la verdad, salía de punta en negro, pues desde la muerte del abuelo no había vuelto a vestir de color; pues eso, que salíamos las dos muy preparadas y nos encaminábamos a casa de Doña Panta.

Doña Panta era una ancianita con más chepa que un dromedario. Su casa era triste y lóbrega como boca de lobo. Los muebles eran antiquísimos, enormes y estaban tremendamente gastados. Vivía con su hijo, un militar mutilado que se pasaba la vida sentado en una silla de ruedas. Yo lo miraba con recelo, porque siempre me saludaba con una mueca que hacía dar un vuelco a mi estómago y me veía obligada a mirar para otro lado.

Cuando nos habíamos acomodado en el ajado comedor, Doña Panta se levantaba y, arrastrando sus menudos piececitos, abría un cajón del aparador, que chirriaba que daba dentera, y sacaba cuatro galletas María que estaban húmedas y olían a alcanfor, y me las daba con toda su buena fe, y con su voz gangosa me decía aquello de : “¡Cómetelas, Julita, hija, que son unas galletas riquísimas!” Y con solera, pensaba yo, mientras me llevaba la primera a la boca, pues la santa mujer no me quitaba ojo de encima hasta que no daba buena cuenta de las cuatro. Bueno, de las cuatro no, aunque ella así lo creía, pues yo aprovechaba sus descuidos para guardarme al menos dos de aquellas reliquias en el bolsillo del vestido.

Cuando mi abuela suponía que ya había dado fin a las galletas, se excusaba ante Doña Panta diciendo que debía llevar a Julita, o sea, a mí, a jugar un ratito a los toboganes; y la buena señora asentía y me llenaba las mejillas de unos besos viscosos, besos que yo no me podía limpiar porque la abuela Julia decía que era de muy mala educación; así que, debía aguantarme las ganas de borrármelos hasta salir a la calle, siempre y cuando la abuela no me viera, claro.

Después de la visita obligada a aquella Doña Panta enjuta y prehistórica, nos íbamos al Paseo Alto, donde jugaba a mis anchas y soñaba que volaba en el columpio, imaginando que cualquier tarde de domingo pondría mis pies en el mismísimo cielo. También era el momento de sacar las galletas María que había conseguido camuflar en el bolsillo del vestido y desmigarlas para que se las comieran los pájaros; aunque la abuela, que siempre fue mucho más lista que yo, me pillaba y me sermoneaba: “¡Anda que estropear así unas galletas tan ricas, con la de niños de mi edad que pasaban hambre en España y en el mundo, Reina Soberana!”

Y así iba pasando la tarde; yo montada en el columpio con el vestido blanco un poco maltrecho y el lazo arrastrando por el suelo, y la abuela Julia sentada en un banco, sonriéndome, mientras repasaba una y otra vez entre sus dedos las cuentas del rosario.

Bueno, después de todo, creo que ha merecido la pena dejarla que se explayara. Y digo yo, ¿ alguno de vosotros, queridos lectores, se atrevería a escribir sus recuerdos de aquellos domingos de su infancia? Si alguno se atreve, que lo mande al correo de la sección historiattn@gmail.com, os prometo que lo publico.

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1 Comment

  1. pepa

    HOLA SOY PEPA, ME DIRIJO A TODOS LOS QUE LEAIS ESTA SEMANA EL ARTICULO DE LA SECCION DE HISTORIA PARA PEDIROS DISCULPAS POR LOS ACENTOS QUE FALTAN POR PONER EN EL TEXTO, PERO ES DEBIDO A QUE MI ORDENADOR ESTA COMO UNA CAFETERA Y AHORA LE HA DADO POR NO PONER LOS ACENTOS. dISCULPADME, PORFA. BESITOS PARA TODOS Y TODAS.

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