
A ÁNGEL CAMPOS, UNA TARDE DE INVIERNO
“A veces sólo un gesto es suficientepara salvar el día.Y escribir tal vez es ese gestoque prolonga el latido de los pulsoshasta la sed secreta de los párpados”(Ángel Campos, La voz en espiral) Os hablaré hoy de un poeta. Ángel parecía haber surgido del silencio. Mirarlo transmitía calma. Su mirada, profunda, siempre parecía estar buscando algún verso; porque para Ángel, escribir, era ante todo, mirar.Se me ha ido Ángel Campos, poeta callado, de versos amargos, pero repletos de dulzura. Parece que fue ayer cuando lo conocí una “tarde parda y fría de invierno”, en una de las sesiones de un Taller Literario. Llegó sin hacer ruido, con su porte de poeta sencillo, con sus libros-tesoros bajo el brazo y una sonrisa verdadera en los labios. Recuerdo que elogió unos versos que yo había escrito, ya se sabe que los poetas somos seres vanidosos y nos gusta, aunque no lo digamos, que nos regalen el oído. Aquel elogio, tan sencillo, me sirvió para dar forma a un poemario que nació del silencio y que es una parte inseparable de mí misma. Ese poemario es Dauseda, cuyos versos deben mucho a aquel encuentro tan entrañable con Ángel Campos, y a dos de sus libros: La ciudad blanca y Siquiera este refugio.De Ángel dijo Santiago Castelo que era un hombre de “ vuelta de muchas amarguras”. Supo dar a esa amargura, a...
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