El chato más barato

Loli sirve pitarras a 30 céntimos en el bar Aguja de Torrejoncillo

Torrejoncillo llegó a ser uno de los pueblos más industriosos de Extremadura. Hace 70 años, había allí 500 zapateros, 30 orfebres, un montón de pañeros, innumerables bares y ocho policías municipales. Hoy, quedan tres orfebres, tres alfareros, un zapatero, un pañero y tres guardias.

El único gremio que parece resistir es el de los hosteleros: aún abren en el pueblo 25 bares y entre ellos, el ‘Aguja’, el bar de Loli, una taberna de las de toda la vida con sus mesas camilla, sus carteles de toreros, sus azulejos con
ocurrencias y sus tradicionales vasos de chato.

No es fácil encontrar ya esos vasitos cilíndricos, estrechos y pequeños, que deberían ser un símbolo de Extremadura como las tazas de ribeiro lo son de Galicia, el vaso grande de sidra lo es de Asturias o el porrón, de Aragón. El caso es que el chato de pitarra ya no se lleva y solo resisten esos vasos en pueblos del Tajo y del Alagón tan auténticos como Torrejoncillo.

Aunque en el caso de Loli tiene más mérito: no solo sirve el vino en vasos tradicionales, sino
que, además, sus chatos son los más baratos que hemos encontrado en Extremadura: 30 céntimos.

Loli redondea la edad de su taberna: «200 años tendrá, más o menos». Ella es la cuarta generación de taberneros. Abre el bar a la misma hora que lo abría su bisabuelo: las siete de la mañana.

«A esa hora, hace nada, esto se llenaba de albañiles y de gente del campo que venían a tomarse su vaso de tubo de aguardiente antes de irse a trabajar», recuerda.

«Pero llegó la crisis –prosigue- llegó la prohibición del aguardiente artesano y ahora vendrán una docena de clientes y tienen que beber chupitos». Y Loli dice chupito como quien dice refresquito de fresa o zumito de naranja. ¿Es eso bebida para un hombrón de Torrejoncillo que se va a tirar 12 horas en el campo?.

Loli no cierra ningún día del año. Será por eso que confiesa estar un poco cansada y amenaza con jubilarse. «No tengo hijos y se acabará el bar», avisa y se pone melancólica, y su tía Manuela, que anda por allí, no parece creérselo, y Pablo, un cliente, que domina la barra y es albañil jubilado, la mira asombrado, casi con espanto, como si acabara de caer en la cuenta de que todo lo bueno, también el bar ‘Aguja’, se acaba.

Pablo recuerda que hace nada, a mediodía, allí se juntaban 20 parroquianos a tomar chatos. Ahora solo está él, aunque Loli sigue sirviendo cada mes 60 arrobas (967.98 litros) de pitarra de Madroñera.

La tabernera ha subido un momento a arreglarse para la foto y, en cuanto baja, vuelve a ponerse nostálgica y evoca los tiempos en que en el ‘Aguja’ se cocinaba. «Yo preparaba el moje de peces, la gallina en pepitoria, la liebre… Y la madre de Pablo y la tía Angelina guisaban burranco, cada una en su estilo».

En aquellos tiempos, el pitarra estaba a dos reales y un burranco costaba 300 pesetas. Por estas tierras del Alagón, el pitarra sigue siendo un chato barato y hay pueblos como Calzadilla donde aún se guisa burranco en las casas y en los bares. «Y es una carne bien fina», se relame Pablo.

Detrás de Loli, se ven botellas de buenos licores, modernos y lujosos, pero en una estantería escondida guarda tesoros como una botella de ‘coñá’ Fundador. Y en su memoria, las bebidas del pueblo, las que se elaboraban en la curva de la carretera saliendo hacia Coria, en la fábrica de gaseosas Carbónica Torrejoncillana: el licor Dimon’s, que no llevaba alcohol, el refresco Dux de limón, que estaba más rico que la Fanta y la Mirinda juntas, y La Torrejoncillana, la gaseosa de todas las bodas de la comarca.

Loli se pone definitivamente nostálgica, la traiciona la melancolía y se rebela: «Mire, no sé si
cerrar. Igual, ni me jubilo. Me he criado aquí y me da pena por los clientes». Y nos tomamos todos el tercer chato… Y empezamos a ver la vida de otra manera… Y Pablo suspira aliviado: igual no le cierran el ‘Aguja’.

J.R.Alonso de la Torre

Fuente: Diario Hoy.