
EL RINCÓN LITERARIO
Sucedía todo esto cuando mi edad aún se debatía entre una adolescencia interminable y una madurez que aún dudo haber alcanzado. En medio de este indescifrable trayecto, unas cuantas chicas complacientes a las que dediqué mis primeros piropos, muchas salidas nocturnas que se prolongaban hasta el amanecer acompañado de un lazarillo imaginario que solo pretendía trastabillarme, y el erróneo lugar que ocupan aquellos que se sienten inmortales cuando aún no sobrepasan la veintena.
Si bien por aquel entonces yo aún no había aprendido a empuñar una pluma y todas las batallas contra el folio en blanco olían a derrota, mi interés por escribir relatos breves y poemas surgió como de la nada y paulatinamente fue en aumento. Pronto logré hilar mis primeros versos, algunos cuentos que casi nunca llegaba a concluir, miles de ideas huérfanas de padre que parecían llamarme desde cualquier rincón del día o de la noche buscando un refugio, en fin, muchas nubes de secano que acompañaban mis pasos por las calles pero de las que no veía caer una sola gota entre mis folios. (No obstante no cejé en mi empeño).Se sucedieron una y otra vez las lecturas, algo de prosa y mucho de poesía, más salidas nocturnas, más libros, deporte y más deporte. Y un día sin tú quererlo conoces el amor y apenas tienes tiempo para asimilarlo. Luego llegan los primeros desencuentros amorosos en forma de arma blanca, las primeras heridas insondables, y esa postilla de juventud que arrancamos una y otra vez hasta que cicatriza. Entonces es cuando al cuerpo le trepan las primeras raíces de dolor verdadero y uno se da cuenta de que por fin está comenzando a crecer a la vida, que nada era tan bonito como parecía y que los brazos son dos ramas donde cuelga el fruto de los años que con nosotros vienen. Y ese mismo día en que te sientes la cloaca de todo lo creado, maldices, lloras, golpeas tu cabeza sobre el fondo mismo de la desesperanza…y poco a poco te calmas, te calmas, te haces balsa…y dejándote llevar por la situación te sientas a la mesa de tu escritorio y decides probar un elixir para curar tus penas. Y sin más, húmedo aún por el dolor del labio, escribes: “Conoce la tarde el peso de la ortiga y su aspereza”
Y es ese mismo verso el que, lejos de guiarte al más puro desaliento y al abismo, te salva, te recupera, te da fuerzas. Unas horas más tarde, más allá de la terapia curativa del verso, te das cuenta de que hay algo más atractivo que enterrar tu soledad en un poema, que si existe algo más bello en esta vida que vivir tus propias experiencias, eso es la necesidad de contarlas.
Entonces, casi sin conocimiento de causa, uno decide que quiere escribir, que bastan las palabras y solo las palabras para sentirse vivo. Fue en ese preciso instante, en esa iluminación inesperada, cuando decidí que había llegado el momento de aprender el oficio de los versos.
Recuerdo uno de aquellos días de final de verano en que se hicieron ciertas las palabras de mi amigo. Fue la noche de la muerte de mi abuelo. Mientras abajo reventaba la tristeza en los rostros de mis tíos y de mis padres, yo leía a Lorca, al que ya conocía de textos anteriores pero no desde el abatimiento. No hay nada más difícil que leer Poeta en Nueva
York con ese ambiente enrarecido, con esa sensación de aurora envenenada que trasmitían sus versos. Esa simbiosis entre poesía y vida de la que hablaba mi amigo se materializó aquella noche.
Desde entonces comencé a leer con avidez la obra completa de Lorca y centré mi aprendizaje en la observación y la lectura más que en el desarrollo de mis versos. Pronto, el mismo Lorca me catapultó hasta el resto de los autores de la Generación del 27 y mi interés por conocer más sobre los mismos fue en aumento. A partir de entonces fui encadenando autor por autor. A Lorca le siguió el genial Aleixandre, que resultó un influyente maestro en mi poesía; luego vinieron otros más sencillos: Salinas, del que tomé su ejemplo de amatoria, Alberti, del que tomé la mar y sus corales blancos, Dámaso Alonso del que aprendí sus monstruos y sus insectos vivos en medio de una noche de desvelo. Todo fue válido y didáctico, incluso Guillén, con el que nunca hice muy buenas migas.
Muchas veces me regocijé en la utópica idea de compartir residencia en Madrid con esos geniales artistas de la palabra y aprender más sobre la poesía, el compañerismo y la amistad entre escritores, un valor denodado en las letras actuales donde la literatura es un pozo sin agua repleto de sapos y culebras.
A Luis Cernuda decidí dejarlo para el final de mis lecturas de la Generación del 27 porque sabía de la dificultad de sus versos, y también de la necesidad de estar un poco más curtido para leerlo. Ya con anterioridad, el mismo F.G.Lorca en el homenaje que recibió Luis Cernuda por parte de los autores del 27 hablaba de la enormidad de su obra y el placer y la desesperación como poeta a la que puede conducir la lectura de unos poemas tan perfectos: “La aparición del libro La Realidad y el Deseo es una efemérides importantísima en la gloria y el paisaje de la literatura española. No me equivoco, porque para decir esto aquí yo he luchado a brazo partido con el libro, leyendo sin ganas al acostarme, al levantarme; leyendo con dolor de cabeza, sacando ese poquito de odio que sentimos todos contra autores de obras perfectas; pero ha sido inútil. La Realidad y el Deseo me ha vencido con su perfección sin mácula, con su amorosa agonía encadenada, con su ira y sus piedras de sombra”
Las palabras de Lorca me fascinaron (es difícil expresarlo con más sabiduría y elocuencia) y desde entonces me sumergí en la lectura poética del genial Luis Cernuda.
Siguieron a esta magnífica Generación la lectura de otros escritores de diversa índole, nacionalidad y estilo, siempre leyendo desde la emoción y el aporte de felicidad y sosiego que reporta la poesía. No eliminaba nada, ni corrientes ni temas, todo cabía en esta maleta de vocablos sin fondo. Desde entonces, al igual que los poetas del 27 hicieron en su momento, yo intento progresar, buscar un estilo, unas credenciales propias que me hagan pensar que este mismo verso que ahora crece es el elegido.
Supongo que a alguien más que a mí le interesaría mi poesía(al menos al jurado) porque a buen seguro que de no haber ganado aquel primer concurso poético no estaría aquí ahora mismo escribiendo estas letras.
Luego llegaron los primeros elogios, los primeros aplausos desmedidos, y ese falso caudal de felicitaciones que te va llenando los tobillos de orgullo hasta anegarte la cabeza de extraños fantasmas; Más tarde es la pandilla de amigos los que empiezan con las burlas y el cachondeo: que si dedícame unas palabras, que por qué no me escribes un poema para mi novia que no sé qué decirle después de la faena y un cúmulo de despropósitos más que uno, por la gracia de dios y por la suya propia, no tiene otro remedio que ignorar o tomarlo con humor. Pero lo más doloroso es la incomprensión, la erosionante autocrítica, y ese agrio dolor que persigue a todo escritor que ve cómo nadie, salvo él mismo, lee y comprende sus textos.
Reconforta, sin embargo, saber que poco a poco tus méritos van creciendo, que tus amigos ya no te piden que les escribas poemas sino que quieren leer los tuyos propios, que aquellos primeros premios no fueron producto de la casualidad. Pero hay que seguir trabajando, volver al escritorio y revisar lo escrito.
¡ Qué bonito lo que dices y que verdad es todo ello! Para mí escribir es como un bálsamo que cura las heridas, a veces, porque otras provoca un dolor profundo , un dolor que sólo consigues aliviar dando con el verso perfecto. Eso es muy difícil, pero es la aventura más hermosa que puedes emprender en la vida, y cuando consigues ese verso es como haber alcanzado el Paraíso. Gracias, Mario, por tus palabras.Y sigue escribiendo, por favor.
Mario es importante en esta vida saber ser artista y tu haces arte con la palabra. Saber expresarte en un poema es algo muy complicado, y poco a poco seguro que dejas de ser un simple aprendiz para ser un gran maestro. Animo y tira «pa´lante» poeta
Cualquier proceso creativo provoca las sensaciones que magistralmente describes. Es desesperante enfrentarte a un papel en blanco y comprobar que después de unas horas no has conseguido nada. Pero cuando obtienes algún resultado, las satisfacciones son impagables, aunque muchas veces vuelvas la vista atrás y decidas que no es lo que hubieras hecho si el momento hubiese sido otro.
Animo Mario a seguir tejiendo esos versos
suerte Mario, ya ves yo pensaba que la poesia era cosa de poco tiempo y me has demostrado que no, que es algo que llevas dentro para siempre, lo dicho, suerte.