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LOA DE SAN SEBASTIÁN

«Verba Volant, scripta manent», rezaba el adagio latino, al traducirlo encontramos… las palabras se las lleva el viento, mas lo escrito permanece.

El año pasado Bene Moreno nos enviaba la LOA DE SAN SEBASTIÁN que había recopilado a mano cuando su abuela se la recitaba allá por el año 1967. Nos comentaba litaralmente en su correo: «Mi abuela María, que no sabía leer ni escribir me la cantaba y como podrás comprobar, hay algunos versos que no se entienden bien, pero yo la he copiado tal y como la escuchaba de ella».

Muchas gracias Bene, por ese trabajo de recopilación de nuestra historia y por querer compartirlo con nosotros.

Os dejamos la LOA acompañada de unas fotos que hicimos ayer en la VELÁ y de un vídeo que grabamos hace dos años de la procesión del santo tal día como hoy 20 de enero.

CANTAR

Amarrado a un duro leño
y pasado con saetas
disteis la vida gustoso
por defender a la Iglesia.
————
Reina de los cielos, Pura,
Madre del Divino Verbo,
dadme aliento con que pueda
explicar como deseo
de la vida de este Santo
sus virtudes y portentos.

También le pido licencia,
que de su bondad la espero,
a la señora justicia
y a nuestro pastor a un tiempo,
pues que tenemos delante
nuestro protector excelso.

CANTAR

En este día visitamos,
llenos de gozo y contento,
a San Sebastián glorioso
para renovar su ejemplo.
—————
Bien es verdad que hoy aquí,
todos de entusiasmo llenos,
a la puerta de la ermita,
con amor grande y sincero,
con gran fiesta y regocijo,
todo este devoto pueblo
se reúne con dulzura
para recordar su ejemplo.

Fue nacido Sebastián
con un amor tan sincero,
que desde su edad primera
fue todo su pensamiento
el seguir la ley de Dios
como está en el Evangelio,
para después de su muerte
gozar la gloria en el cielo.

Todo el tiempo lo empleaba
Sebastián, aunque pequeño,
en socorrer a los pobres,
en visitar los enfermos
y en enseñar la doctrina
del Mesías verdadero.

Y a muchos que no creían
en Dios ni en los Mandamientos,
sólo piensa en convertirlos
para enaltecer su ejército
y conquistar por un todo
al emperador soberbio
y a las leyes que él observa
tan en contra del Supremo.

Mas ¡oh dolor! Que nuestro santo
no pudo ver efectuado su empeño.

Apenas llegó a la edad
de catorce años, por cierto,
Diocleciano viendo ya
la pérdida de su imperio
y que la culpa tenía
nuestro protector excelso
trató quitarle la vida.

Mas antes quiso atraerlo
a su casa para hablarle
y, con semblante risueño,
disimulando le habló
de esta manera diciendo:

– ¿No sabes tú, Sebastián,
que eres un niño muy tierno
para ponerte a luchar
cuando sabes muy de cierto
que no igualas en rigores
y en soldados mucho menos?

Deja esa loca pasión,
aborrece tus intentos
y si vives en mi ley
y olvidas esos preceptos
que dictas como verdades
de ese Jesucristo vuestro,
hallarás por siempre en mí
un amigo verdadero.

Vivirás tranquilamente,
gozarás de un alto empleo,
haciéndote capitán,
jefe de todo mi reino.
y si no, de lo contrario,
si no quieres nada de esto
irás a encontrar la muerte
amarrado en un madero”

Todas estas palabras,
nuestro santo muy sereno,
escuchó con atención
y después dijo resuelto:

-“Vos decís que soy muy niño,
y yo muy bien lo comprendo,
más no por eso me aflijo,
ni se aniquila mi pecho.

No necesito soldados
que me ayuden en mi intento.
con una ayuda me basta
y esa la tengo en el cielo.

Allí está el hijo de Dios,
el que derramó su sangre,
enclavado en un madero,
que sólo para salvarnos
sufrió tan grandes tormentos.
Y a pesar de las fatigas
que sufrió el Rey de los cielos
tan sólo para salvarnos
¿le haces tan grandes desprecios?

Di, soberbio.
¿por qué no sigues la fe
de nuestro Dios, justo y bueno,
y te dejas de esas falsas
leyes que observa tu imperio?

Por último, si tú no quieres
y estás conforme con eso,
tu alma verás muy pronto
sepultada en los infiernos.

Me ofreces a mí riquezas
y capitán de tu reino
quieres también que yo sea
si olvido al Señor Supremo.

Yo he de morir por mi Dios,
Soy cristiano y no lo niego,
soy defensor de la fe,
y tus leyes las desprecio, aborrezco tus obsequios
aunque sufra mil tormentos”.

El emperador echando
cual un volcán de veneno,
no se pudo contener
y como un tigre sangriento
en ancho papel escribe
que a Sebastián al momento
lo amarren y le den muerte
pero como un fin sangriento.

Esta sentencia la dicta,
cual aquel Pilato fiero,
ordenó que en una cruz
muriese el Divino Verbo.

Este a Sebastián dio muerte
porque con el mismo acento
en favor de Dios sagrado
explicaba sus misterios.

En efecto amarraron a Sebastián,
sin temor de Dios inmenso,
entre unos cuantos verdugos.
Le desnudaron su cuerpo,
le azotaron cruelmente,
sin tenerle miramiento,
le hicieron grandes heridas
para darle más tormentos.

Pero jamás nuestro Santo
se apartó del Evangelio
y despreciando a Diocleciano
sufrió con gusto sus hierros.

¿Qué alma humana no se aflige,
viendo atado a un duro leño,
a nuestro Santo glorioso,
hecho un andante esqueleto,
envuelto todo de sangre
que está vertiendo su cuerpo?

¡Oh, lástima! ¡Oh, dolor!
¿Qué cristiano hay que no crea
los grandes padecimientos
que Sebastián recibió
si hoy mismo lo estamos viendo?
Teniéndole aquí delante
¿quién se resiste a creerlo?

Aquí tienes pueblo devoto
a tu protector excelso,
vertiendo gotas de sangre
cual Jesús de Nazareno,
para enseñar al cristiano
que para gozar del cielo
hay que seguir el camino
de Jesucristo, Dios nuestro.

No debemos poner duda,
sino creer muy de cierto
que Jesús vertió su sangre
por librarnos del infierno.

Además hoy este Santo,
que tanta fiesta le hacemos
derramando también su sangre,
sufriendo grandes tormentos
y a la vista nos dejó
su imagen, porque de ejemplo
sirva a todos lo que sean
sus devotos verdaderos.

Después de tantas fatigas
y tan penosos sufrimientos
como tuvo Sebastián
atado en dicho madero,
entregó su alma al señor
de esta manera diciendo:

“Soberano, Jesús mío,
ya se me acerca el momento
de concluir esa vida.
Acógeme en tu aposento,
pues eres el solo ser
a quien todo se lo debo,
y así vuestra voluntad se haga
¡bendito sea el Eterno!”

Y Jesús que nunca olvida
a los que con gran anhelo
defienden su santa Ley,
lo acogió como bueno
llevandóselo a gozar
de las delicias del cielo.

Allí está San Sebastián
esperando por momentos
los gritos que con fe viva
estando en cualquier riesgo
se le dirijan ansiosos.

El mismo, sin perder tiempo,
con la ayuda de Dios viene,
a visitar los enfermos
pues a los cristianos sirve
de mucho consuelo.

Socorre en necesidades,
alivia en los grandes duelos,
pero sabe que es forzoso
para alcanzar todo esto:
que imitemos sus virtudes,
caminemos sin rodeos
hasta el morir por su senda
y en abundancia hallaremos
en nuestras penas alivio,
en nuestros males, remedio,
felicidad en la tierra
y en la eternidad el cielo.

Bene Moreno León
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