NAVIDAD O LA INEVITABLE TENTACION DE COMPRAR
Hace pocos días que terminó el periodo anual que llamamos Navidad, aunque dentro de pocos años es posible que algún centro comercial, cuyo nombre todos sabemos, cambie su nombre por otro más directo y sin rodeos: “Cortilavidad”, por ejemplo. Una marca de cola ya consiguió cambiar el color del traje de Santa Klaus del verde al rojo por intereses comerciales. Pasadas estas fiestas, como digo, adquirimos la frialdad suficiente que nos da la distancia, sin estar imbuidos en plena vorágine navideña, para analizar ciertos aspectos que nos hagan reflexionar sobre estas fechas. En estos días se cambia la manera de actuar que tenemos el resto del año y se modifica lo cotidiano poniéndonos una hipócrita máscara de bienhechores y desprendiéndonos del dinero que no tenemos despilfarrando en banalidades, no sólo en cursiladas.
Está claro que la Navidad se ha convertido en una carrera por comprar. A finales de octubre muchas ciudades, comercios y demás empiezan a engalanarse a dos meses vista de las señaladas fiestas. Los centros comerciales y tiendas colocan alfombras rojas en las puertas porque parece ser que incitan a entrar en sus establecimientos; llenan todo de ornamentos de lo más hortera con colorines y figuritas para atraer la atención del público; ofrecen facilidades de pago en mejores condiciones, si cabe, que el resto del año; dan posibilidades de reserva de regalos y juguetes por si se acaban los que hemos elegido para cuando vengan los Reyes Magos dos meses y medio después. Incluso en nuestra cultura católica hemos introducido la figura de Papá Noel, proveniente de países protestantes, para tener una fecha más en la que comprar regalos (no olvidemos que el modelo económico y social dominante es el de la rama protestante del cristianismo).
Poco queda del nacimiento de Jesús, con San José, la Virgen, el buey y la mula; de la adoración de los Reyes Magos, casi sustituidos por Papá Noel; de los pastores que fueron a Belén, donde andan a tiros; de la inocencia de los niños de hoy en día, que parecen saber latín; de las figuritas del portal (es más cómodo poner un árbol)… Sólo resquicios: en los villancicos; en las recreaciones que se hacen en las parroquias; en algunos creyentes resistentes que siguen yendo a conmemorar estas fechas a las iglesias, celebrando alguna misa o algún acto minoritario; y poco más.
¿Con qué nos quedamos? ¿Celebramos la Navidad porque creemos en la conmemoración de lo que representan o, por el contrario, nos sentimos seducidos por el placer de comprar y es esto lo que realmente nos atrae? ¿Queremos que la Navidad siga por el camino que lleva o sentimos añoranza, sobre todo los más viejos, de que cualquier tiempo pasado fue mejor? Puede que no seamos los responsables de que la Navidad esté como está, o que sí lo seamos y queramos que sea así. Quizás sea un proceso evolutivo que no podemos controlar ni siquiera apreciar de año en año. Tal vez la Navidad siga existiendo gracias a esta reconversión por parte del mundo del comercio.
Lo que no entiendo muy bien es la contradicción entre esta evolución y el cada vez más acrecentado espíritu solidario que inunda la Navidad. ¿Nos sentimos culpables de estos gastos desmesurados y queremos “limpiar el alma” de alguna manera? ¿Es este espíritu solidario lo único que queda de religión en Navidad y hay que potenciarlo para paliar de esta forma el afán consumista? Reflexionemos.
ROBERTO C. GARCIA DONOSO
