
MI TIERRA
Durante todo este siglo Extremadura fue un territorio aislado debido a: su situación geográfica, su mala comunicación y porque era un territorio desconocido para el resto del País. Las villas y ciudades extremeñas se distinguieron por la ausencia de iniciativas económicas, su bajo nivel cultural, la escasez de ferias y mercados y los conflictos entre agricultores y ganaderos mesteños.
El crecimiento demográfico de Extremadura en el siglo XVIII se explica por la ausencia de mortalidad catastrófica y por las buenas cosechas. La población pasó de poco más de 200.000 habitantes a principios de siglo a algo más de 400.000 a finales del mismo. A pesar de que la región tuvo un fuerte crecimiento demográfico durante este siglo, su densidad de población estaba situada en el penúltimo lugar en el conjunto de España. Sin embargo no todas las zonas estaban tan despobladas. Las rutas comerciales y las principales vías de comunicación hicieron que la distribución de la población fuese desigual. De esta forma nos encontramos con una densidad baja en Las Hurdes y en las poblaciones de la Sierra de Gata, frente a una mayor ocupación en la Vera y de forma especial en la Tierra de Barros y en la Vega del Guadiana.
Aunque las tierras de labor ocupaban la mayor parte del terreno, el clima de la zona unido a la pobreza de la tierra y que las técnicas agrícolas eran muy rudimentarias hicieron que los rendimientos fueran escasos. El predominio de la gran propiedad suponía que la explotación indirecta, es decir arrendatarios y jornaleros, superara el 80 % del total del sector. Esta gran extensión de propiedad y los periodos de barbecho prolongados favorecieron las ganaderías trashumantes. Esta situación generó un fuerte choque de intereses entre agricultores y ganaderos, incidiendo negativamente en el desarrollo equilibrado de la región.
La importancia del sector primario determinó el resto de actividades. Algunas localidades como Fuentes del Maestre, Cabeza del Buey, Azuaga, Salvatierra de los Barros, Berlanga o Torrejoncillo, tenían aún vestigios de sus fábricas y manufacturas. Sólo en las zonas donde la demanda era mayor, la actividad artesanal mantuvo una presencia más significativa, en el resto las manufacturas se desarrollaban como complemento de la agricultura.
En Extremadura, como en el resto de la España rural, no había una separación entre las actividades agrícolas o ganaderas y las artesanales o comerciales. Estaban tan unidas que no había forma de definir cuál era la actividad principal.
Los Torrejoncillanos solían alternar el trabajo de la tierra y el ganado con las labores fabriles y manufactureras, incluso llegaban a abandonarlas cuando las condiciones de trabajo del campo así lo requerían, tan era el caso de la época de recolección.