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Los pasos del éxodo

Los pasos del éxodo

camp3Cada día que pasa vamos alimentando las fauces del holocausto. Y digo holocausto deliberadamente, porque entre todos, estamos condenando a nuestro semejantes- las religiones y el sentido común los llaman hermanos-, a una muerte segura. Tropeles de gente recorren los caminos y hasta pretendieran andar sobre las aguas al amparo de la noche, sabiendo que, o mucho cambia el viento, o jamás permitiremos que lleguen a algún destino amable, en el que levantar de nuevo su casa.

Pudiera parecer que todos los elementos se conjuran contra sus ansias de una vida más justa, pero somos nosotros, sus hermanos de occidente, quienes abortamos sus esperanzas, haciéndolos subir a trenes que jamás se moverán de la estación, pateras con sobrecarga que serán engullidas por el mar, caminos que no llevan a ninguna parte, fronteras que se cierran ante su desesperación de forma hermética y  despiadada.

De nada sirve mirar para otro lado, eso sí, dejando escapar alguna lágrima furtiva porque el momento así lo requiere; pero eso, no nos engañemos, no es solidaridad, eso es burdo paripé, es darse golpes de pecho de cara a la galería. Somos cada uno de nosotros, los que ahora vivimos en el lado amable de la línea de confort, los que con nuestra intolerancia, con nuestra falta de agallas para plantarnos y mandar al carajo las fronteras, el no pasarán, el holocausto, vuelvo a repetir la palabra, que les estamos sirviendo, cada día, en bandeja.

Cuando vi a aquel niño recostado tirado en la arena, mecido por las olas, no pude evitar recordar unos versos de la Casida del herido por el agua de Federico: “El niño estaba solo/con la ciudad dormida en la garganta”. Me persiguen los ojos llenos de algas de ese niño, su sueño de tener una infancia en algún lugar amable de la vieja Europa. Pero esa Europa no guardó para él ni para otros que han corrido y correrán la misma malasuerte,  un poco de su belleza. Nuestra Europa “grande y unida” se está convirtiendo, la estamos convirtiendo entre todos,  en una vieja desdentada que se conjura contra el que la busca con desesperación y se mofa de su sufrimiento, y todos somos sus cómplices.

Esos que caminan, que ocupan las estaciones, que se suben a un barco maltrecho; esos que sufren, son personas como nosotros y tienen, o deberían tener, la misma categoría humana, no son ciudadanos de segunda o , lo que es peor, meras piltrafas pues así es como les tratamos.

Esas pobres gentes, cuyo único delito es huir de la guerra y de la destrucción de la porción de tierra en la que están sus raíces, parecen ser hijos de nuestra ira y los estamos enviando a una muerte segura, no sé muy bien en aras de qué. No podemos jugar con la desesperación de la gente, no podemos usarlos como cosas y mandarlos de un lado a otro hasta que, por desgracia, y luego nos lamentamos todos, la muerte acabe con su doloroso  deambular.

Me pongo a pensar y concluyo que no hemos avanzado nada, que somos un puñado de bárbaros que juegan sucio para dominar el mundo como si fuéramos dioses.

Está bien que recemos por los que sufren, la oración es necesaria en el mundo que habitamos; pero más que nuestros rezos , los pasos del éxodo necesitan de nuestra acción, que les tendamos nuestros brazos, que destruyamos  esa aberración que se llama frontera , caminemos con ellos y les enviemos el maná de nuestra comprensión y nuestro auxilio.

La Tierra en que vivimos no es propiedad de nadie. Nuestro vínculo con ella debería estar basada en la relación filial del hijo con la madre; una madre fuerte capaz de amamantarnos a todos a sus pechos y con un corazón tan grande que para todos tiene su cachito de espacio y mucho amor que dar. ¿Quiénes somos nosotros para levantar  muros en la tierra libre?

No podemos consentir lo que está pasando, hemos de actuar ya y dejarnos de palabras y de golpes de pecho. Estas mismas palabras que expreso desde la rabia no servirán para nada, salvo para descargar mi corazón  de esta ira que me nace  contra mí misma y contra esta Europa que se pone la coraza contra los que buscan su protección. Todos tiramos la piedra y escondemos la mano, porque encima de cobardes y crueles somos amnésicos, y olvidamos que hubo un tiempo en que no nos quedó otra que echarnos a los caminos y vivir la pesadilla de nuestro propio éxodo y, no lo olvidemos, nadie está libre de que las circunstancias nos obliguen a caminar sobre las huellas de éstos que hoy buscan horizontes más benévolos, porque aunque duela, la vida es hermosa y hay que salir a buscarla más allá de las bombas.

En este retiro de mar y caracolas siento las manos de la impotencia apretándome la garganta, porque de sobra sé, palabra de Julia, que este mensaje que os mando  no será  tan fuerte como para parar la guerra y  devolver de nuevo la vida a los que partieron injustamente. Por eso siento vergüenza de escribir esto que escribo, porque una y otra vez  sigo viendo los ojos del niño herido por el agua que sigue besando el mar, su última casa, la última esperanza que vieron sus ojos.

De nosotros depende que los pasos del éxodo no sean pasos perdidos.

Mª José Vergel Vega

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2 Comments

  1. Mª José Vergel Vega

    Gracias Elvira por tu comentario. El dolor es por ellos, por supuesto , pero también por nosotros porque por mucho que hablemos y hablemos no somos capaces, no queremos o nos da miedo, ponernos en su lugar.
    Sobre la gestión del tema de los refugiados, yo había pensado que tenemos un Comité de Cooperación que no debe estar solamente para organizar jornadas de concienciación, que también, sino que debe estar para cuando suceden estas cosas, ponernos a disposición de aquellas instituciones que vayan a gestionar la acogida y la ayuda a estas personas que nada tienen por culpa de la guerra y de la desidia de unos y otros.

  2. MJose ,no había leído este articulo, ,tengo el nudo en la garganta y en mi corazón ,siempre pienso .el dolor es por ellos o porque te pones en su lugar…,,no se como se va a gestionar el tema de los refugiados, pero el pueblo también podría acoger a familias ….,

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