Los incívicos y su huella

Un viejo proverbio africano que tengo grabado en la memoria, porque son muchas las veces que me lo han repetido, es que para educar a un solo individuo ha de implicarse en ello toda la tribu, y si no , la empresa es imposible y el esfuerzo baldío.

Somos muchos los que a diario paseamos por las calles y alrededores de nuestro pueblo, y no es muy difícil de imaginar que todos regresamos a casa con la misma sensación de desazón, pues  por mucho empeño que una le ponga, no se disfruta del paseo porque todo: calles, cunetas, jardines, alrededores…a todo le adorna un tono de dejadez y suciedad que da pena, que es como decir que tenemos un pueblo lleno de ¡MIERDA! con mayúsculas, y con perdón para ciertos oídos y ciertos ojos a los que sonará zafio el sustantivo.

Vaya por delante, que los principales culpables de que nuestro pueblo esté como está, son esos a los  que se les cae la basura por cualquier lado, haciendo caso omiso de papeleras y contenedores, en los que podemos depositar todo aquello que engloba el sustantivo basura, a saber: papeles, bolsas de chuches, el envoltorio del bocata, la cajetilla del tabaco, la bolsita cerrada con la caca de nuestro perro, las latas que nos tomamos para sofocar nuestra sed y otras muchas cosas que vemos perdidas por el suelo que pisamos a diario. Algunos dirán, porque para todo hay gente en la viña del Señor, que hay veces que no encontramos ni papeleras ni contenedores cerca; a ellos les diré que por eso no se nos va a caer el mundo encima y que más pronto que tarde encontraremos el lugar apropiado para depositar lo que nos estorbe, no nos va a pasar nada por llevarlo un ratito en la mano o metido en el bolso. En fin, que le pese a quien le pese, quien tira la basura al suelo es porque es un maleducado y los maleducados tienen la bendita costumbre de dejar su rastro allá donde van, y su mala educación la pagamos todos y el Medio Ambiente, por descontado.

Decía la antropóloga norteamericana Margaret Mead que “No tendremos una sociedad si destruimos el Medio Ambiente”  y por estos gestos de arrojar lo que no nos sirve por cualquier lado, que algunos no le dan importancia, se empieza a destruir el medio en que vivimos, de ahí que esto ha de preocupar a toda la tribu, porque el problema lo sufrimos todos y lo sufrirán las generaciones venideras, y esto no es ninguna paparruchada.

¿Cuántas veces hemos visto a alguien tirar algo al suelo y no le hemos dicho nada, por miedo a lo que nos pueda contestar? Por ahí habremos de empezar, porque si no le llamamos la atención, seremos cómplices de su comportamiento incívico.

Igual que hago un llamamiento a todos y cada uno de los que habitamos este pueblo, al que no pongo en duda que todos queremos y deseamos ver lo más hermoso posible, quiero dar un toque de atención a las instituciones que también están para velar por la limpieza de Torrejoncillo. Por eso, no estaría demás que fueran menos tolerantes con los que así se comportan  pues, quien así se conduce debe ser amonestado de alguna manera para hacerlo abandonar esa manera de actuar contra su pueblo y contra los que en él habitan.

Seguro que hemos reflexionado muchas veces sobre esta cuestión: ¿por qué se nos llena la boca diciendo que  tenemos nuestra casa como los chorros del oro y, en cambio, cerramos los ojos ante la suciedad y la desidia que encontramos por doquier nada más poner el pie en la calle?

Hay quien se pregunta, nos preguntamos, si el valor de la limpieza, el decoro del lugar en que vivimos y el respeto a nuestro Medio Ambiente, deben inculcarlo los maestros o es cuestión de los padres. La respuesta es muy sencilla, todos los buenos valores hay que empezar a inculcarlos en casa y desde bien pequeñitos, yo diría que desde que el bebé está en la barriga de la mamá, y después irlos fijando por todas y cada una de las manos  por las que pasen nuestros hijos. Ahora bien, hasta que no asumamos que la adquisición de éste y otros hábitos, tremendamente saludables y necesarios para nuestra vida en sociedad, son competencia de la tribu entera, todo seguirá a nuestro alrededor como un campo de batalla, en el que impera la ley de la selva: cacas de perro que es preciso esquivar, jardines, cunetas y alrededores llenos de basura…en definitiva, ¡MIERDA, MIERDA Y MÁS MIERDA!

Lo más probable es que estas palabras caigan en saco roto, porque los que ensucian lo van a seguir haciendo; aunque si alguno de ellos se da cuenta de que nuestro pueblo es también parte de nuestra casa, habrán servido para algo. Y que nadie se olvide que el incívico no lo es sólo en estas cuestiones que tienen que ver con el respeto nulo al Medio Ambiente, sino que también lo es en cuestiones que tienen que ver con perderle el respeto al prójimo, con el derecho que todos deberíamos tener a vivir en paz y armonía. Los incívicos han de saber que si nos ensucian el lugar que habitamos, que  forma parte de nuestra propia casa, nos privarán de estar bien con nosotros mismos y con los que convivimos.

A buen entendedor estas palabras y las imágenes que les dejamos en este artículo, deberían de bastarle para sumarnos , todos a una, como una verdadera tribu, a contribuir entre todos a formar individuos que se respeten a sí mismos y a los que con ellos conviven  y que respeten el medio en el que habitan como si fuera, que lo es, el más sagrado de los paraísos.

“Procuremos que nuestros actos, dejen una huella verde en nuestro camino”

Mª José Vergel Vega