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Infancia con sabor a melón

Infancia con sabor a melón

Little girl playing with colorsToda una desilusión. Una estafa, a mi entender.

Tarde o temprano iba a pasar, y llegó, pero sin pedir permiso. Sin aviso, sin un diploma en el que apareciese “a partir de este momento ya es mayor, atenta a las consecuencias”, sin un cartelillo en la frente en el que se pudiera leer “llegó la madurez”, y lo que es peor, sin una mochila (pesadísima) que estuviera cargada de guías para que solucionase los problemas, me acostumbrase a aquello llamado orden, reglas, responsabilidades, trabajo, decisiones,… Toda una calamidad.Lo sé, un completo desastre. O como dirían los niños bilingües de hoy: disaster!

A partir de ahí pasamos a la categoría de los que algunos llaman “proyecto de gente respetable” (debatible). Y no había de otra. Fuera inocencia. Fuera caprichos. Y con la insistencia de los de estatura normal para queel margen de errorse diera lo menos posible en un comportamientoadecuado. Teníamos que ser “niños bien”, por aquello de los modales. Una retahíla de expresiones que nos sonaban a chino por aquel entonces.

Ahora que ya hemos dejado atrás el verano y hemos embarcado en un calendario oceánico que parece no tener final y que se presenta cada vez más revuelto (y no solo por el temporal que se nos avecina), una recuerda los sabores de finales de verano de su infancia.
Sobremesas con sabor a melón (riquísimos los de maúra), sandía y ciruelas de la tierra. Las siestas pegajosas y agobiantes del calor de un Sahara extremeño. Jornadas de piscina, juegos en la plazuela y los amigos que formaron nuestra futura pandilla.Salidas en bicicletas. Y por qué no, en plena siesta o al final de la tarde, caña en mano, hilo y trocito de trapo rojo, para la tradicional “pesca de ranas” en alguna de nuestras charcas. Algo que hoy en día es impensable. Ains, qué recuerdos.

Lo cierto, señores, es que si hay un lugar donde parece que no podemos volver es a la infancia y a esas vacaciones entre callejas y plazoletas que no queríamos que acabasen nunca. Nietzsche decía que la patria del hombre es su infancia…, a lo que yo aporto, entonces su capital serán los sueños cargados de inocencia y los primeros valores fraguados en el hogar. Trabajemos para que forjen buenos ideales de vida desde la cuna hasta que nos desaparezca el precinto “niño”. ¡Por mí y por todos mis compañeros!

Gloria Gil Talavero

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