Castañeras

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Uno de los recuerdos que con más ternura viene a mi mente a punto de partir Octubre, es el de la Castañera al salir de la Facultad a vueltas con la sintaxis  aquellos, lejanos ya,  atardeceres de otoño de mi vida de estudiante, aterida de frío y la cabeza embotada de complementos y otros líos lingüísticos.

Aquella figura entrañable apostada en un rinconcito  con su brasero, daba calor a las calles , las ponía íntimas y me hacía sentir protegida,  a un paso de la niñez.

_ Deme un cucurucho de castañas, por favor.

_¡Toma, bonita, que están calentitas!

Y me iba para el piso compartido más contenta que unas pascuas, sonriendo como cuando mi madre accedía a ponerme la faldita de cuadros que no me tapaba las rodillas, y que el Sandokán rubio del Yoni odiaba profundamente porque me volvía una patosa terrible jugando a los bandidos. ¡Fueron muchos los baluartes perdidos  por culpa de aquella faldita que se  me quedaba enganchada en todos lados!

Hoy escribo esto en mi Cuaderno de Hadas porque quiero preservar aquella figura, la de la Castañera de los otoños de mi vida, aquellos en los que aún creía en mi poder para cambiar el mundo. La vida entonces era una fiesta y olía a frutos del otoño calentitos y a sueños a punto de hacerse realidad.

Porque hubo un tiempo en que el otoño estaba lleno de castañeras con pañuelo a la cabeza y viejos abrigos y una caminaba despacio por calles que siempre conducían al sueño placentero.

Hoy es raro ver a alguna. En cambio, proliferan gentes extrañas disfrazadas de monstruos, zombis, brujitas y peña por el estilo que dice celebrar “Halloween” y que te espetan , para colmo de males, en inglés: “trick or treat”. Servidora se queda muda sin saber muy bien si ha de responder lo uno o lo otro, a saber por dónde te van a salir esos personajes salidos de una película de terror.

Los entendidos en la materia me han recomendado que siempre elija trato, como convenía hacer con aquel espíritu malvado de Jack el Tacaño. Mejor eso a que tu casa quedara maldita o que te arrojaran cualquier pócima.

No estoy yo en contra de conocer otras tradiciones, pero creo que no es bueno sumar sin más  a nuestras vidas de extremeños asuntos con los que no hemos crecido y pretender que los incorporemos a la cotidianeidad; máxime si dejamos de lado fiestas de otoño con sabor añejo en las que tantas veces hemos participado y que nos han inculcado desde niños. Hemos de estar abiertos al mundo, a todo cuanto en él acontece, pero conservando y transmitiendo nuestros valores y tradiciones.

¿Por qué  olvidamos las celebraciones en torno a castañas, higos, nueces y otros frutos del otoño, como  las calbotadas, las chaquetías y otras fiestas similares con gran arraigo en nuestra tierra y nos damos a la alegría de celebrar cada vez con más aceptación  esta mascarada de Halloween? No digo yo que en el ámbito educativo en el que me muevo, sea un estupendo recurso para dar a conocer la cultura anglosajona  a niños y adolescentes, pero de ahí a que esto se tome ya por costumbre es salirse de madre.

Desde mi Cuaderno de Hadas reivindico a la Castañera que me calentaba las manos, el estómago y el alma,  las noches frías del otoño con un cucurucho de papel de periódico lleno de castañas olorosas y que me sabían a gloria.

Dice Bretón de los Herreros que el oficio dignísimo de Castañera procede, cuanto menos, “ acaso del tiempo de Mari Castaña que, como todos sabemos, fue coetánea del Rey que rabió y de Perico el de los Palotes” y es por esto y por otras muchas razones, entre ellas las que esgrime el sentimiento, que  se merece el mayor de los respetos y perdurar en el devenir de los tiempos, así pasen otoños incontables.

Mª José Vergel Vega