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La industria en Cañaveral antes de la llegada del ferrocarril

La industria en Cañaveral antes de la llegada del ferrocarril

El articulo de Alejandro Valiente Lourtau, descendiente de Torrejoncillanos nos habla del despegue Industrial de Cañaveral a la llegada del Ferrocarril, y que nosotros estamos seguros que para Torrejoncillo, también supuso un avance para su industria, os dejamos con este interesante relato.

La inauguración de la línea férrea Madrid-Cáceres-Valencia de Alcántara, en Ferrocarrilel año 1881, supuso para Cañaveral la premisa inicial para un despegue industrial que alcanzaría sus cotas más elevadas de desarrollo en las primeras décadas del siglo XX y se prolongaría, al menos, hasta el estallido de la Guerra Civil. Aunque esa “época dorada” de la economía cañaveraliega ya forma parte del pasado, la actividad industrial ha continuado presente en la localidad y el mejor ejemplo de ello es el ramillete de fábricas y almacenes que pueblan el Polígono Industrial San José Obrero en la Estación. Hasta cierto punto ese boom empresarial, iniciado a finales del siglo XIX, fue una consecuencia directa de la llegada del tren, pero no es tan evidente que esa fuera la única causa. Para apreciar esta circunstancia basta comparar el importante avance que se produjo:


El trazado de los diferentes caminos y de la vía del tren por el término municipal de Cañaveral fue favorecido por las características orográficas del terreno. Si se quería unir Madrid con Cáceres, una de las posibilidades era la que atravesaba Cañaveral. Si lo que se deseaba era enlazar Plasencia con Cáceres en el menor tiempo posible, como se haría posteriormente, la línea férrea obligatoriamente tenía que pasar por Cañaveral. Cualquier intento de trazar el recorrido por Portezuelo o por Monfragüe incrementaría la distancia. Por lo tanto Cañaveral, en lo referente a las comunicaciones, no deja de ser un sujeto pasivo que se aprovechó de su emplazamiento. Ahora bien, la industria no surge sin un grupo de empresarios que estén dispuestos a arriesgar su dinero. Y ese grupo de emprendedores surgió del mismo pueblo, aunque tampoco deba descartase la llegada de capitales exógenos que propiciaran la industrialización. Habría que preguntarse hasta que punto los vecinos de Cañaveral ya tenían alguna experiencia en ese tipo de actividades.

Por la rica información que nos proporciona, un documento fundamental para indagar en esa circunstancia es el Catastro de Ensenada de 1753. En ese año funcionaban en Cañaveral dos molinos dedicados a la producción de aceite y otros once a la de harina. No son las únicas evidencias de actividad industrial que recoge el informe, pues también cita la presencia de cinco personas dedicadas a tejer lienzos y dos más que se empleaban en tejer paños.

El recuento puede resultar decepcionante, pero no lo es tanto cuando se complementa con el de vecinos que se dedicaban a trabajos que se pueden englobar en los sectores secundario y terciario. La localidad contaba con una taberna de vino, jabón y carnes, un comercio de especies, un estanco y seis mesones. Los mesones eran atendidos por arrendatarios. De destacar son los cuarenta y cinco arrieros que residían en el pueblo. Además había cuatro albañiles, los mismos herradores, tres herreros, un cerrajero, cinco zapateros, un albardero y cuatro carpinteros. Es posible que entre los trabajos que realizaron los carpinteros se encontraran las barcas que atravesaban los ríos Tajo, en Alconétar, y Alagón, en Coria. De ello da buena fe el pleno del consistorio cauriense del día 2 de agosto de 1825, en el que se dice que “sobre la construcción de la barca nueva respecto a que el tiempo es el único para el corte de maderas, tomada en consideración referida proposición acordó unánimemente se extiendan y remitan Edictos convocando Maestros y Carpinteros al Cañaveral y Garrovillas que es donde parece que hay inteligentes en la construcción de barcos”. A todos estos oficios hemos de unir quienes ejercían profesiones liberales, entre las que se pueden contar las de secretario del ayuntamiento, médico, cirujano, maestro y abogado. En conclusión, a mediados del siglo XVIII la industria en Cañaveral era una actividad residual, pero en cambio puede hablarse de un buen número de habitantes que no dependían del campo para su subsistencia.

En 1791, según el “Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura”, el panorama no es muy diferente, pero se aprecia un cierto avance. El número de molinos de aceite se ha doblado, pasando de dos a cuatro, y el de molinos de harina se ha elevado hasta catorce. Además se menciona la existencia de “dos hornos de pan cocer de particulares” Desconocemos si hay un aumento en los telares, ya que se recogen dos telares de paño y uno de lienzo, pero no se habla de los obreros empleados en ellos y en 1753 el dato se daba en trabajadores. No son los únicos cambios, los comercios ahora son cuatro y en cuanto a los mesones, que aparecen citados como posadas, aunque aumentan hasta ocho “muchas veces no son suficientes por ser mucho su tránsito, y también de tropa, de modo que apenas se pasa día sin alojamientos”. Asimismo se señala la dedicación de los habitantes a la arriería y la presencia de veinte artesanos. En la encuesta realizada en 1798 por López, que en el caso de Cañaveral es redactada en 1794 por el capellán Juan de Cáceres Villalobos, se ofrece un panorama de los productos y las rutas con que comerciaban los arrieros cañaveraliegos. Las limas, limones, naranjas y cidras se encaminaban “a las villas, lugares y ciudades de esta circunferencia” así como a Castilla la Vieja y Madrid. La cera tenía como principal destino, pero no el único, a Madrid. El aceite se dirigía a Castilla. Además de estas rutas habituales los arrieros estaban dispuestos a realizar portes a cualquier lugar que se les requisiera. Pudiera ser que uno de esos destinos fuera Murcia, de donde se traían piezas de sedas para un tinte. Es posible que ese tinte estuviera en la calle San Roque, casi al final de su parte superior, donde hasta hace pocos años existió un edificio con ese nombre. También se mencionan dos tenerías, produciendo una de ellas “ochocientos cueros al año y ochenta o cien docenas de cordobán y otras tantas de vadana”. La otra se encontraba en construcción, pero ya elaboraba algunos cordobanes.

El desarrollo de la industria es claro en al menos el medio siglo que transcurre entre 1753 y 1794. Un dato que puede resultar interesante a la hora de ver la situación de la propiedad en Cañaveral es el del número de jornaleros, es decir de personas que no tenían tierra. Con una población prácticamente idéntica (352 vecinos en 1753 y 340 en 1794) el número de jornaleros desciende del primer año al segundo de 86 jornaleros a solo 25. No sería extraño que una parte de esa población cambiara sus trabajos en el campo por los nuevos oficios artesanos.

El panorama industrial no parece variar en la primera mitad del siglo XIX, así Madoz, en 1845, recoge que en Cañaveral se encontraban en funcionamiento “una fábrica de hilar seda, dos de cardar e hilar lana, un tinte de seda, otro de lana, dos aceñas, 12 molinos harineros, 4 de aceite, una tenería”. La tónica continúa en 1871, según se desprende de los “Amillaramientos de la riqueza tributaria” de ese año que se conservan en el Archivo Municipal del Ayuntamiento de Cañaveral. Por aquel entonces, existía una fábrica de curtidos de pieles, situada en la calle Real, que quizá pudiera ser la tenería que recoge Madoz. También en la calle Real se encontraba emplazada una prensa de cera. Había asimismo una fábrica de jabón blando, ubicada en la calle Centro, y dos fábricas de tejas y ladrillos, una enclavada en la calle de los Pozos y la otra en las “Afueras del pueblo”. El número de establecimientos dedicados al alojamiento de viajeros se había visto reducido a seis, diferenciándose entre paradores y posadas, de los que ofrecían sus servicios dos y cuatro respectivamente, todos ellos sitos en la calle Real, que aparece configurada como el centro económico de la localidad. También mantenían su actividad diez molinos harineros y cuatro molinos y prensas de aceite. En cuanto al número de arrieros había descendido a trece. Asimismo prestaba sus servicios un coche de lujo, quizá dedicado a los viajes. Este panorama se completaba con varios comercios detallistas, entre los que se encontraban dos de tejidos, uno de tocino y embutidos, otro de vinos y aguardientes y dos tiendas de jabón blando. Por último, se contabilizan las presencias de un barbero, un carpintero y cinco herreros.

Toda esta serie de datos viene a demostrar que una parte de las profesiones de los habitantes de Cañaveral estaban relacionadas con la industria y el comercio y, por lo tanto, su experiencia en esos campos es evidente. Quizá lo más interesante del panorama económico cañaveraliego de los siglos XVIII y XIX sea la imbricación que se da entre los diferentes sectores productivos. Los arrieros transportaban materias primas o manufacturas que, en parte, tenían su origen en el pueblo, con lo que los beneficios revertían directamente en los vecinos. Las fraguas debían tener una clientela constante entre los viajeros y pastores de los rebaños trashumantes para errar las caballerías. Las plazas de los mesones se completaban normalmente asegurando de esa forma su rentabilidad. La buena marcha del municipio también es apreciable en el aumento de la población, aunque en la segunda mitad del siglo XVIII esta se mantiene estable el número de habitantes pasa de 340 vecinos en 1794 a 430 en 1845, un aumento considerable, más si se tiene en cuenta que entre esos años se libró la Guerra de la Independencia contra los ejércitos napoleónicos que, muy posiblemente, frenó el crecimiento demográfico.

La situación de bonanza general que parece desprenderse de la lectura de los diferentes documentos debería ser la responsable del tercer factor necesario para el desarrollo empresarial, la acumulación de capital. Desconocemos hasta que punto los fundadores de las diferentes fábricas cañaveraliegas se sirvieron del crédito en sus comienzos, pero el buen funcionamiento de los diferentes negocios, a la vez que les entregaría unos réditos constantes, pudiera haberles servido de aval. Existen, de todas formas, dos pruebas de ese enriquecimiento y de la posterior inversión. Según los datos que Fernando Sánchez Marroyo recoge en “El proceso de formación de una clase dirigente, la oligarquía agraria en Extremadura a mediados del siglo XIX”, en 1875 los hermanos Basilio y Luis Fernández Lancho se encontraban entre los 50 mayores propietarios de bienes rústicos de la provincia de Cáceres. Basilio, que ocupaba el puesto número 43, tenía posesiones en 8 localidades, y Luis, situado en el número 50, distribuía sus tierras por 14 municipios. Aunque el patrimonio de los hermanos Fernández Lancho parece fundamentarse en las actividades agrarias, viene a demostrar que en Cañaveral, en vísperas de la llegada del ferrocarril y aunque sólo fuera entre algunas familias, se contaba con un dinero que podría destinarse a la creación de empresas. El segundo ejemplo es el de varios cañaveraliegos que, a finales del siglo XIX, en colaboración con vecinos de Torrejoncillo y Casas de Millán pusieron en funcionamiento en este último pueblo un centro textil, lo que, además de corroborar la presencia de capitales, atestigua un interés por la industria aunque esta se encontrara en otra localidad.

Cuando el ferrocarril llega a Cañaveral se cumplen tres condiciones fundamentales para el desarrollo de cualquier iniciativa industrial, como son buenas comunicaciones, experiencia en el mundo empresarial y existencia de capitales que pudieran emplearse en la construcción de infraestructuras fabriles. El tren se convertirá en el detonante de un proceso que hunde sus raíces en el desarrollo que venía produciéndose, al menos, desde un siglo y medio antes pero que, seguramente, puede enlazarse con la fundación de Cañaveral en la Edad Media. Este proceso, aunque no de forma tan espectacular, ha continuado hasta la actualidad, pero hoy, cuando el pequeño comercio local se ve amenazado por las grandes superficies comerciales y hasta esa tabla de salvación de las postrimerías del siglo XX que son los bares comienzan a resentirse a causa de la despoblación, sobre Cañaveral se ciernen negros nubarrones sobre la posibilidad de volver a contar con una oportunidad como la que iba a producirse a partir de 1881.

Fuente: (“Cañaveral Informativo”, noviembre/diciembre, 1998).

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